lunes, 3 de noviembre de 2014

Benidorm, con una playa basta


Benidorm, paradigma urbano de todos los tópicos imaginables, convive sin visos de trauma con los desafíos que marca su propia naturaleza vertical. Hay ciudades cuyos reclamos consisten en un gran pulmón verde, en una calle o una plaza emblemáticas, en un museo de relumbrón. Benidorm no es una excepción en ese sentido: tiene un parque (L’Aigüera), dispone de vías tan concurridas como el Paseo de la Carretera e incluso acoge espacios destinados al (relativo) esparcimiento cultural, como un museo de cera. Solo que el parque responde al caprichoso trazo de un postmoderno como Ricardo Bofill, el paseo se reduce a una angosta arteria peatonal llamada de toda la vida «José Antonio» y el museo se integra en una iglesia, la de El Carmen, cuya planta pudo ser diseñada por un ingeniero de la NASA. Conclusión: Benidorm, una ciudad que seduce o se detesta, imprime sus propios clichés, intransferibles. Por eso es única. 

Pero el gancho real de la capital de la Costa Blanca, que en unos días celebrara sus fiestas mayores, son las playas (Poniente, Levante y Mal Pas): un continuo de arena y la inmensidad de un agua sometida a controles de calidad diarios. Caminar con el Mediterráneo como testigo supone un lenitivo para el ánimo incluso en una lugar como este, que nunca duerme, ni siquiera en esta época del año. Ese es un motivo más que suficiente para ir a Benidorm. Si se cansa de andar, podrá cambiar de registro a solo unos metros, en cualquiera de los locales de ocio situados frente a Levante. Tampoco debería perderse la visión de la cala del Tio Ximo, una porción de costa en la Sierra Helada que le hará sentirse en cualquier rincón de Ibiza o Menorca. Ni la isla, donde no hay nada, salvo unos pavos reales en cautividad (al contrario que en el pasado) y un restaurante que se aprovecha de ser el único del lugar. 

En cualquier caso, el perfil del skyline de Benidorm observado desde el islote es impresionante, y solo por eso vale la pena embarcarse en la «golondrina» que cubre la travesía de continuo entre el modesto puerto y ese punto característico del litoral benidormero. Tampoco está de más conocer algunos enclaves de la comarca, como Guadalest o Polop. Y si quiere comer bien, deberá acercarse a Altea: no hay arena fina en sus playas pero los restaurantes dan sopas con ondas a los de Benidorm.

Fuente: abc.es

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