jueves, 4 de diciembre de 2014

Artículo de opinión: "El discurso del rey"

Diciembre es un mes distinto. No solo porque este es el que cierra el año y da lugar a otra vida como solemos mentirnos. Es una época donde la fraternidad reina en sendos lugares. Ya saben. Un regalo de la suegra a la cual no le llega a caer aún en gracia, el acto de presencia en el festín que dan tus padres en Nochebuena o la típica cena de empresa en la que, por norma general, no se es bienvenido sin antes haber participado en el más que famoso juego del amigo invisibleY hablando de cenas. 

Nunca falla. Parece que es algo con lo que se lidia año si, y año también. Sea Nochevieja o sea Nochebuena. Si la familia es reunida para cenar, pasados los entrantes e incluso algún primero que otro, es momento de hablar de la situación política actual en España. A pesar de que, algún escéptico de la mesa interfiera recordando el hecho de que son navidades, y no es el momento adecuado ni el lugar; el vino tinto gran reserva que ha traído tu tío desde León, no ayuda a razonar a los demás. Se hablará de política. Y de repente, la mesa se convierte en un instante en una tertulia casi debate televisivo entre tu familia conservadora y tu familia progresista. Es momento de discursos. Se levanta el miembro de la familia que más canas posee para iniciar la sesión. "Los socialistas son unos hijos de puta" grita. Al extremo de la otra mesa, tu primo, el madriles, se levanta de su asiento y responde con un: "La culpa fue del capitalismo". Y ya la tenemos armada. Mientras tanto, ahí estás tú. Tranquilo. Al lado de tu prima la buenorra. Atiborrándote de gambas. Pero por un instante, al observar el grotesco espectáculo que se ha organizado a tu alrededor, no queda otra que reflexionar.

Escuchas los argumentos de unos y otros. Y al igual que en la cámara de los diputados, tu familia de derechas recuerda que la era Zapatero dejó a España en la ruina, y por otro lado, tu familia de izquierdas, recuerda que el gobierno actual sigue el mismo camino que el anterior; todos corruptos vamos. Y para qué menciona tu madre nada del coletas. Bastante había ya con escuchar el argumento bipartidista para que, ahora, saquen las fechorías del comunismo a relucir, y de a que calaña pertenece Pablo Iglesias. Por si fuera poco, está también el que nunca vota. El mismo que se queja ipso facto sobre la corrupción de este país, y al igual que él, aporta como solución quedarse en casa nuevamente el día de las elecciones. Pero, a pesar de todas las burradas que son llegadas a escuchar, hay una que colma el vaso. 
- ¿Y a quien votamos entonces? -Le recriminaba mi tía, la del pueblo, a mi padre-. 
- Que más da- contestaba- si todos son iguales, mujer.

Casi te atragantas con el último crustáceo que quedaba en tu plato. Tras un tosido extendido debido a la desviación del alimento, te incorporas a la charla. Alegas que, ni todos son iguales, ni todos unos hijos de puta. Que los tiempos y las gentes cambian. Que nacen nuevos partidos. Que se debe de acabar con el bipartidismo, el populismo y el nacionalismo barato y sin fundamento. Que existen partidos que realmente luchan contra la corrupción. Formaciones políticas que ejercen una democracia real interna a través de primarias. Partidos políticos dirigidos por ciudadanos. Proyectos y programas de garantías. 

No obstante, toda la palabrería queda en vano. Tu padre, tía, cuñado o perro de derechas va a seguir votando al PP al igual que la otra mitad de tu familia votará al PSOE. Y llegas a la conclusión de hace años. Esa a la que, en primera instancia quisiste no creer. En España abunda la ignorancia, la incultura y la poca fe. El que no vota, porqué dice que la política no le concierne cuando esta se refleja en el 90% de nuestros menesteres. El que vota, porqué vota a los de siempre, a los que han demostrado que son capaces de romper España en mil pedazos. O el otro, el iluso que se cree la demagogia y el populismo de un líder carismático que no ha configurado aún ni su programa electoral. 

Acabas indignado. Sabes que las realidades son cambiantes, pero en España las gilipolleces y los gilipollas parecen que tienen contrato vitalicio en nuestras tierras. Así que, no se esfuercen, no sufran. Históricamente, España prefiere obcecarse en hacer las cosas mal y repetirlas hasta que vuelvan a salir aún peor. Ni discursos del rey, ni verdades como puños; solo mentiras propias.

Rodrigo Quesada / @Quesadacid

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